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El simulador
Decolar y aterrizar. Lo que pasa entre esos dos momentos del vuelo es menos incierto, aunque siempre caben turbulencias climáticas o tecnológicas.
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Fecha Actualización
Roberto Lerner,Espacio de crianzahttp://espaciodecrianza.educared.pe
Pero si hay algo que ha mejorado la formación de quienes tienen a su cargo ese fenómeno tanto tiempo soñado y que a nuestra mente le cuesta aceptar, que es volar, es el simulador.
Los aprendices de pilotos, personas que miramos con una mezcla de admiración y recelo, como a padres y maestros, pueden enfrentar todas las situaciones imaginables, hasta las más extremas, sin pagar el precio de errores, limitaciones y circunstancias.
Que si el tren de aterrizaje no bajó, que si la nave perdió sustentación, que si una turbulencia blanca le hizo descender tres mil pies en pocos segundos, que si hubo un malentendido a la hora que comandante e ingeniero intercambiaron algún dato, que si hay que decidir si se apaga uno de los motores en pleno vuelo…
Los personajes operan, dudan, actúan, temen, se alegran, se relajan, pero, sobre todo, aprenden de la trama que protagonizan, superan obstáculos que suponen, o no, sin que la realidad les pase la factura. Es parte del mundo virtual del que tanto se habla hoy. Pero, un momento, ¿no es acaso lo mismo que pasa desde que alrededor de una fogata prehistórica alguien contaba historias? ¿No son los relatos y las narrativas simuladores que nos permiten a los humanos, sobre todo a los más pequeños, adentrarnos en las tramas más delicadas de la existencia –abandono, miedo, amor, desilusión, ira, etc.– y prepararnos para enfrentarlas sin correr los riesgos de la realidad?
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