La vida de Celina Canturín Ramírez, como la de muchos otros, dio un vuelco en la pandemia. De la noche a la mañana decenas de familias quedaron desguarnecidas y tuvieron que replantearse el futuro mientras iban probando fórmulas; una de ellas, fundamental, la olla común.
Conformada por un grupo de mamás, cada una aportaba lo que podía, algo de dinero, mucho trabajo, insumos, todo era bien recibido. Al principio todo era precario, cocinaban con leña, el espacio era pequeño y los utensilios insuficientes. Pero nada las desanimó y en un momento llegaron a atender a más de 80 personas, entre niños, adultos, ancianos y “casos sociales”, como llama Canturín a las personas que reciben almuerzo diario de manera gratuita e incluso a domicilio, si no pueden trasladarse. Ahora, cada menú cuesta 4 soles que se reinvierten rigurosamente en el programa.
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El primer gran cambio, comenta Canturín, lideresa de la Olla Común Pedregal Nº 2, en Manchay, llegó cuando un grupo de UNACEM las contactó.
Tanto esfuerzo, por fin, comenzaría a dar frutos. Empezaron con charlas y capacitaciones sobre gestión de finanzas y ahorro, emprendimientos, información de aseo y nutrición.
Gracias a su motivación y empuje, su sueño de tener un módulo de cemento grande y bonito es ahora una realidad. Allí tienen una cocina mejorada, un horno, utensilios adecuados y un pequeño huerto, donde cultivan productos básicos y hierbas diversas. Además, reciben donaciones de productos con los que preparan sustanciosos menús, pero ahora que saben más también elaboran
queques, panes y cachangas que venden en ferias y eventos promovidos a nivel municipal.
Las mejoras también significan mayor visibilidad para que la gente entre a almorzar y aumentar con esto los ingresos. Preparan alrededor de 60 raciones diarias, de lunes a domingo; los sábados incluyen desayunos.
Como presidenta de la olla común, Celina Canturín asiste a reuniones, se traslada de Manchay a Lima, gestiona donaciones, organiza turnos de trabajo, participa en asambleas y cocina. Confiesa que, desde joven, cuando vivía en Chanchamayo, su tierra natal, se preocupó siempre de ayudar a los demás, un don que ha sabido cultivar y transmitir a sus cinco hijos y a quienes la rodean.