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“¿El SOAT cubre la violación?”

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La campaña #NoTePases del diario El Comercio publicó un reportaje que revelaba conversaciones privadas entre choferes de una aplicación ilegal de servicio de “taxi” en moto llamada “Picap”. El título de este artículo es la pregunta que formula uno de los conductores. Lo hace como quien habla del clima o consulta la hora. Los demás integrantes, todos hombres, reparten datos y fotografías de pasajeras, comentan cómo las acosan, hablan de ellas a partir de sus cuerpos y con una insólita naturalidad, comparten pornografía infantil donde mencionan casos de “violación” a adolescentes, que más parece esconder casos de trata de menores con fines de explotación sexual. Pero nadie objeta nada: es parte del código masculino que comparten.
Los comentarios no despiertan asombro en ninguno de los que los reciben e, incluso, son avalados. La manera como cosifican a las niñas y mujeres no puede sino ser un síntoma de una cultura de la violación que naturaliza esta agresión y la justifica. En una sociedad que jerarquiza lo masculino sobre lo femenino, la violencia sexual como forma de violencia basada en género es expresión del dominio que históricamente han ejercido los varones sobre las mujeres. Como dice Jelke Boesten, en su libro Violencia sexual en la guerra y en la paz, esta no solo refuerza la desigualdad de género, sino que tiende a naturalizar estereotipos de género: la ‘natural’ propensión de los hombres a la agresión, la dominación y proeza sexual ante la debilidad, la subordinación y, últimamente, el rol sexual y reproductivo de las mujeres (que en ciertos casos, han de cargar las secuelas de una maternidad forzada).
Según el Observatorio de Criminalidad del Ministerio Público, cada hora se registra un promedio de tres denuncias por violación sexual (2013-2017). Tomando en cuenta la elevada cifra negra de delitos no denunciados, no es para tomárselo a la ligera. El 100% de denunciados son hombres y el 93.1% de las víctimas, mujeres. Dice Virgine Despentes en Teoría King Kong que “la violación es lo único que las mujeres –hasta ahora– no se han reapropiado”. Si el fenómeno es tan extendido no es solo por la violencia vertical de un sistema que subordina a las mujeres, sino, como explica la antropóloga Rita Segato, por un eje horizontal masculino que lo soporta y lo refrenda. La dominación se sostiene gracias a la fratría.
¿Qué hay, entonces, detrás de los mensajes de este chat? Lecciones aprendidas de “cómo ser hombre de verdad”. El ideal de una masculinidad hegemónica que esta sociedad impone a los varones para ser aceptados socialmente. Los códigos masculinos se construyen a partir de muestras de poder que van desde presumir sobre conquistas sexuales, hacer chistes homofóbicos y naturalizar la violencia sexual. Esto, sin embargo, no solo afecta a las mujeres sobre las que ejercen violencia, sino a ellos mismos. Como dice Patricia Ruiz Bravo en su artículo ‘Una aproximación al concepto de género’, este tipo de masculinidades da inicio a conductas violentas y al desarrollo de mandatos que les cercena parte de sus posibilidades, especialmente las dimensiones consideradas femeninas, referidas a la afectividad, debilidad, sensibilidad, inseguridad. El miedo a esta feminización supondría poner en tela de juicio su celada heterosexualidad.
El chat de los conductores de “Picap” pudo haber sido el de ‘La Manada’, un grupo de cinco depredadores que violaron en España a una joven en una fiesta de San Fermín; un caso que movilizó al país –y al mundo entero– tras el fallo de un tribunal que decidió llamarlo ‘abuso’ (sin violencia e intimidación) y no violación. Nombrar y poner en su real dimensión actos que revelan una tolerancia o promoción de la violación sexual es el primer paso para contribuir a su erradicación. Su invisibilización e indiferencia solo contribuirá a esta cultura que concibe a las mujeres como objetos de consumo, y no sujetos de derecho.


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