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¡Que vivan las habilidades aburridas!
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El deseo de hacer las cosas bien y acabar las tareas de manera integral, completa y sistemática, es lo que se conoce como escrupulosidad, aplicación —en inglés conscientiousness—, un rasgo que hoy en día comenzamos a comprender y valorar. Sobre todo cuando se trata de predecir el desempeño de las personas en funciones complejas. Si añadimos confiabilidad, normatividad, pragmatismo y lo que podría llamarse prudencia flexible, tenemos el perfil de alguien con quien queremos contar en una organización o un equipo.
No son características excitantes, de esas que parecen definir a las estrellas rutilantes que encontramos en los medios y las redes. Ni son temas centrales en los libros de autoayuda más vendidos. Tampoco están asociadas al talento sobresaliente, la inteligencia rutilante o a los desempeños que hacen historia y llevan a la fama.
De hecho, raramente el talento en su máxima expresión va de la mano con el éxito supremo, sobre todo de aquel que no consiste en arder por un tiempo corto en las pantallas y la moda para terminar en el olvido. Porque cuando se trata de solidez, de sostenibilidad, de presencia articulada, que se trate de las finanzas, la empresa o la ciencia, son los adjetivos ligados al esfuerzo, el trabajo duro, la disciplina, la experiencia y los principios, lo que hacen la diferencia.
Claro que el coeficiente intelectual, el entorno, las conexiones, la osadía, la creatividad y esa indispensable dosis de buena suerte ayudan, pero, al final del día, como factores de éxito, palidecen frente a los mencionados en el párrafo anterior.
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