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Timidez valiosa
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No se encuentran donde revienta el cuete, no son el alma de la fiesta, probablemente no sean los primeros cuando se hace una tormenta de ideas en la universidad ni en plantear una opinión en reuniones de trabajo. Introvertidos, tímidos, los llaman, cuando no quedados y carentes de carisma.
Lo más probable es que hayan nacido así, que el funcionamiento de sus sistemas nerviosos sea simplemente distinto. En culturas menos parlanchinas y obsesionadas con mostrarlo todo, serían vistos como modelos a imitar. En la nuestra, muchas veces desde el colegio, se los hace sentir fallados y se recomienda a los padres alguna terapia para “soltarlos”.
Es cierto que no gozan interacciones sociales largas, ni buscan reuniones con muchos asistentes. Cuando no están acompañados, gozan su soledad y la dedican a ponerse en contacto con sus mundos internos, fantasean y sueñan. Lo anterior permite mayor creatividad, apertura a ideas distintas, menor dependencia de las modas y la presión social.
No en vano, muchos artistas y científicos tienen las mencionadas características y pueden persistir en sus ocupaciones con el fin de profundizar sus conocimientos y perfeccionar sus técnicas. Mucho más que los extrovertidos que, de tanto administrar estimulación social, pasan por encima o al costado de experiencias y descubrimientos de enorme riqueza.
Haríamos bien, en escuelas, universidades y empresas, en resaltar las ventajas de los introvertidos también en tareas que no se asocian con ese rasgo, como el liderazgo.
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