Lo tenía “todo”: trabajo, pareja, amigos, dinero. Además, todo el mundo la amaba, era una de las mujeres más bellas del Perú: carismática, inteligente. Gozaba del divino tesoro de la juventud, tenía apenas 21 años.
El programa Nubeluz se veía en más de 19 países. Se encendía la tele y la gente quedaba embobada por las dalinas, no solo los niños…
Sin embargo, era evidente que Mónica Santa María tenía problemas de salud mental. No llevaba una buena relación con sus padres y estos no la ayudaron a buscar tratamiento. Desde antes de cumplir la mayoría de edad, tomaba pastillas en exceso para conciliar el sueño, luchaba con la depresión y, muy probablemente, sufría de un trastorno de personalidad. Era autodestructiva, impulsiva, dependiente y no podía tolerar las separaciones. La agobiaba un profundo sentimiento de soledad y tenía baja autoestima. Como tanta gente, ella luchaba con la depresión, pero no contra la depresión; le llevaba alegría e ilusión a miles de personas, pero no encontraba la paz y la felicidad para sí misma.
Han pasado 30 años de su trágica muerte. Probablemente, estaría viva si hubiese recibido tratamiento psicológico y psiquiátrico. Altamente probable. Era resiliente. Con ayuda la hubiese hecho.
A veces pensamos que con el amor es suficiente, pero las afecciones mentales no se curan solo con amor. Cuando uno revisa la historia de Mónica Santa María, más que una muerte inesperada parece la crónica de un suicidio anunciado. Había tenido más de un atentado contra su vida y aun así no recibió ayuda profesional. Han pasado 30 años y, si bien el tabú y la ignorancia sobre la importancia de la salud mental han disminuido, todavía tenemos un grave problema: el 80% de los peruanos que sufren hoy de salud mental no reciben tratamiento.
Vayan a ver la película, es recomendable. No es tóxica, es realista, humana y enfoca de una manera constructiva la importancia de la atención de la salud psicológica de la gente.
El sufrimiento emocional y mental tiene tratamiento. Es importante no solo recibirlo, sino recibirlo a tiempo. Al igual que con las enfermedades físicas: si las agarramos temprano, es más fácil controlarlas, tratarlas y hasta curarlas.
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