Me gusta escribir sobre lo que veo “en la cancha”, es decir, en la calle, en el trabajo, en los amigos, en uno mismo.
Últimamente, anda en mi mente la reflexión sobre lo difícil que es para las mujeres encontrar una integración entre la maternidad y la realización profesional. Veo, por ejemplo, a varias de ellas que están en las décadas de los 40 o 50, casadas o divorciadas, con hijos ya más grandes que se han ido o se están por ir. De pronto, descubren una sensación de vacío, como que una parte de ellas se quedó en stand by desde sus veintes porque tuvieron que abandonar una parte que ahora sienten más importante de lo creído. Ya sea porque el esposo les pidió que no trabajen, por dedicarse de lleno a los hijos, a la casa o simplemente porque decidieron eso personalmente, empieza a pasarles una factura. Y es que no es nada fácil trabajar y maternar a la vez; tener tiempo para ser una profesional de éxito y a la vez combinarlo con la pareja, la familia, el tiempo para las pasiones personales y demás.
No estoy diciendo que para los hombres sea fácil. El que quiere ser un profesional exitoso y a la vez un buen padre, una buena pareja, pasar tiempo con los amigos, disfrutar de los hobbies y aficiones personales, etcétera, puede resultar también un mandrake.
Pero seamos sinceros, para las mujeres (por supuesto que estoy haciendo generalizaciones aquí) sigue siendo más difícil.
El otro día fui al colegio de mi hija, que está cerca de la etapa universitaria, y en el conversatorio escuchaba a todas estas mujeres de distintas edades (adolescentes, madres, profesoras), y la sensación que transmitían era la siguiente: la sociedad espera de nosotras que vayamos a la universidad, saquemos notas excelentes; luego, que trabajemos y seamos exitosas, a la vez, tengamos pareja y eventualmente hijos; seamos madres excelentes, amigas siempre disponibles y, además, bonitas, flacas, y tantas cosas más.
No se pretende dar soluciones unívocas aquí; son decisiones personales, válidas y, nuevamente, complejas. Pero ese mandrake vale la pena intentarlo. Las personas llegan a este mundo siempre con talentos, diferentes inteligencias, intereses y pasiones. Es importante desplegarlos y no dejar que nada ni nadie lo impida. Y, si uno pasó un tiempo enfocado en otras áreas importantes de la vida y luego quiere regresar —o comenzar—, vale la pena intentarlo. Romper la inercia, vencer temores, salir de la zona de confort. Encontrar un ikigai, algo que le dé propósito y sentido a tu vida integrando lo que te gusta con lo que haces bien y algo que el mundo necesite, casi siempre es posible. Algo que ayuda mucho es recordar qué te gustaba desde la niñez. Esas pasiones y talentos suelen durar toda la vida.
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