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La intimidad con cola
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No paran de hablar de ellos. De lo importantes que son cuando los tienen y de todo lo que hacen para conseguirlos si no es así. Me refiero a los perros.
Últimamente, niños y adolescentes, de sectores sociales variados y diferentes ciudades del país traen el tema con pasión y se refieren a sus amigos de cuatro patas —aunque, en algunos casos, reptan, tienen 8 extremidades, alas o aletas— más que a sus padres y amigos.
Y, muchas veces, espontáneamente, no solamente cuando pasan por un proceso de orientación vocacional o ya están en los dos últimos años de secundaria, afirman su deseo de estudiar Medicina Veterinaria. ¿Moda, pragmatismo, éxito de la militancia animalista y la prédica ecologista?
Puede ser, pero cuando profundizo en el compromiso que muestran los chicos con sus perros —y cada vez más adultos tratan a los suyos como hijos, que, muchas veces, deciden no tener—, me encuentro con la búsqueda de relaciones sencillas, el anhelo de un amor predecible, la necesidad de un vínculo incondicional, la posibilidad de interactuar sin expectativas de perfección.
Como me dijo una chica de 15, “es intimidad privada de verdad, sin público que comente y, sobre todo, sin críticas ni intrigas ni comparaciones; sé lo que doy, sé lo que recibo, sé lo que es peligroso y sé lo que es seguro, sé en qué momento comienza, la manera de cuidar y también el final”.
Sí, pues, algunos dirán que se van por el camino fácil, que el compromiso entre humanos es incierto pero más gratificante. Pero cuando se siente que el entramado social está hecho de muchos desconocidos íntimos y que con las personas solo se puede terminar sufriendo, no debe extrañar que cariño y vocación se centren en seres que, cuando nos ven, mueven la cola.
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