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La sonrisa que perdí
Siempre me ha asustado la frase “primero eres tú” o “quiérete primero tú”, quizás porque en una malinterpretación de su significado o una egoísta forma de abordar una crisis, ciertas personas —esas con las que me topé— creen que para levantarse deben pisotear al otro.
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Siempre me ha asustado la frase “primero eres tú” o “quiérete primero tú”, quizás porque en una malinterpretación de su significado o una egoísta forma de abordar una crisis, ciertas personas —esas con las que me topé— creen que para levantarse deben pisotear al otro.
Me ha costado mucho quererme, y sobre todo huir de situaciones que afectan mi autoestima. La decisión de cuidar mi salud mental y salud física es parte de este cambio. Sé que este proceso no ha sido fácil, no lo es. Hay días en que me siento frágil y sin fuerzas.
Y en el reto de no parar, hay que empezar por aceptarse a uno mismo como alguien con defectos y virtudes, sin balanza de por medio.
Pasa cuando te miras al espejo y te sientes mejor. O quizás cuando te das cuenta, como me pasó, que mi sonrisa no será jamás la más amplia del mundo por las dos parálisis que padecí años atrás por el estrés y el insomnio crónico. Y, sin embargo, hoy me río mucho, y a veces logro dibujar eso que perdí, aunque sea como una aparición efímera.
Quererme ha sido recuperar la dignidad suficiente para no dejarme maltratar, ofender o sentirme la víctima.
Quererme no es excluyente de querer, y si como dicen los psicoterapeutas “primero es una”, yo creo que cuando hay amor suficiente y bondad infinita, puedes quererte y querer, pero para querer bien hay que saber quererse.
El camino está lleno de piedrecitas y de túneles oscuros. Yo la he pasado frente al espejo, mirando las secuelas de esas parálisis que a veces no me dejan pronunciar bien la letra ‘p’. Es la primera vez que hablo del tema, quizás porque ya acepté que con la ‘p’ no voy a pelear, que a Pepe le diré José, o que al pene le diré tristemente miembro viril o alguna palabrota. Aceptarme ha sido la mejor manera de recuperarme. También debo agradecer a esos amigos que en los peores momentos eran mis ‘traductores’. Pasa que cuando hablo con desgano ni yo me entiendo, y sigue pasando hoy. Y veo que algunos hasta me leen los labios, y no me incomoda.
Cuando el neurólogo me dijo que mi sonrisa no sería como la de antes y que nadie se fijaría en ello, lloré con amargura, y me escondí. Hasta que me resigné y ello me ha hecho entender mejor el mundo que me rodea. Lo que soy y lo que quiero ser, y tener claro que una sonrisa, unos kilos extras o el cabello en eterno desorden ya son parte de mí, y así me quiero. Y así te quise.
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