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De la novela al manual
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No, no es que me guste la caballa, la sardina, la trucha o el salmón. La verdad, prefiero otros sabores, pero debo proporcionar a mi organismo Omega 3, de las grasas la buena, con el fin de evitar problemas cardiovasculares, depresión, demencia y artritis, entre otras desgracias. Y no tengo ninguna inclinación por el sol, pero bien embadurnado, le ofrezco a mi cuerpo vitamina D para prevenir esclerosis múltiple, gripe, fibromialgia, sobrepeso, fragilidad ósea y muscular. La verdad, el ejercicio físico me aburre, pero aporto a mi cerebro un baño de endorfinas y fortalezco mi humanidad para poder estirar mi juventud y envejecer con gracia.
Es interesante, pero todo lo que nos dicen y enseñan en conferencias, libros y cursos equivale a sacrificar el placer en nombre de… la felicidad y la salud, por un lado; por el otro, el bienestar —bien supremo— depende de no pensar. Saquemos de nuestra mente pasado y futuro, hagamos a un lado la reflexión, abandonemos la introspección. En lugar de lo anterior, enamorémonos de este segundo y tomémoslo profundamente en serio, excluyendo la presencia de deseos, emociones, creencias y convicciones, el análisis de la experiencia subjetiva, la conciencia de ser sujeto libre.
Hemos regresado a los baños, sanatorios y spas decimonónicos, a aires y aguas puras para la salud de la mente y el cuerpo, sin pasar por el esfuerzo de mirarse a uno mismo y situarse en el escenario complejo y contradictorio de la existencia. Condimentados por rituales químicos, interfaces electrónicas y aplicaciones digitales, que no exploran el mundo interno y su relación con cómo vivimos la vida, la esencial, sí, mentalidad de la mente. Y el poder asumirla como una novela, no como un manual.
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