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[OPINIÓN] César Luna Victoria: Por el sendero de Antauro
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Si el 80% trabaja en la economía informal, hemos fracasado. Si la pandemia mató como mató, hemos fracasado. Si nuestros hijos perdieron dos años de educación y no preocupa cómo compensarlo, hemos fracasado. Si no interesan las elecciones, porque los gobiernos regionales y municipales no sirven de mucho, hemos fracasado. Tampoco sirve de mucho el gobierno nacional y, en eso, también hemos fracasado. Si esos son los números, la desgracia no es de unos sino de todos. El problema es que para arreglar tanto desastre se necesita hacer política y no tenemos política de la buena. La que tenemos está desprestigiada. Una encuesta de Ipsos da cuenta de que para los peruanos los políticos protegen privilegios (88%) y no se preocupan (81%) y la economía está amañada (80%).
Me dirá que la culpa es de los políticos y de los empresarios mismos, que muchos de ellos son corruptos, que en muchos casos sobran pruebas. Es verdad, pero hay una distorsión muy grave. Ipsos preguntó cuáles eran los mayores problemas en varios países. En promedio, la corrupción ocupa el quinto lugar con 25%. En el Perú, en cambio, está en primer lugar con 53%, duplicando la media. Sorprende que, en Brasil, la cuna de la Operación Lava Jato que tanto ha contaminado, la percepción sea de solo el 23%. En Argentina, con todos sus problemas, llega al 33%. No creo que la corrupción en Perú sea mayor que la de esos dos países. Parece, entonces, que aquí la sobredimensionamos y gran parte es culpa de los fiscales.
Mezclaron las coimas a quienes estaban en el gobierno (Toledo, Villarán y Vizcarra) o conflictos de interés (Kuczynski) con los aportes a campañas electorales (Humala y Fujimori), como si fuesen pre coimas. A pesar de todas las irregularidades, esos aportes no eran delito. Para eso se tendría que demostrar que se devolvió el favor una vez en el gobierno, lo que no está probado. Para cubrir esa deficiencia, los fiscales distorsionaron la ley y sostuvieron que coimas y pre coimas eran delito de lavado de activos y que los partidos eran organizaciones criminales. Así, bajo la apariencia de legalidad, se metió a prisión preventiva a varios políticos. No ha servido para hacer justicia, pero sí para humillar y derrumbar cualquier confianza en ellos. En Ciencia Política, a esto se le llama “lawfare” o “guerra jurídica”.
Sin política de la buena no hay discusión sobre los aspectos más complejos de la vida. No basta con exigir solo más salud, o mejor educación, o lo que fuese. Hay que investigar, estudiar y proponer cómo hacerlo, con qué dinero, qué hacer primero, qué después, cómo medir avances y cómo hacer ajustes. Los problemas no son simples. Simplificarlos construye un mundo bipolar entre buenos o malos, pobres o ricos, éticos o corruptos. Por eso ganan los improvisados, porque les basta un eslogan que conecte con la mayoría. Castillo se promovió como profesor rural, rondero, pobre como tú, acumuló voto anti Fujimori y ganó. Luego, decepcionó.
Ahora viene Antauro para ofrecer que él sí hará lo que Castillo no pudo: fusilar a todos los corruptos, que es otra manera de decir que se vayan todos. Para el que ya no cree en nada y poco tiene que perder, que explote todo puede ser la solución para empezar de nuevo. Por eso Antauro ofrece fundar una Segunda República. La gran mayoría puede conectar con ese discurso si no le oponemos otro más potente. Un nuevo discurso construido desde la humildad para reconocer fracasos, con sabiduría para corregirlos, con empatía para imaginar soluciones para todos, con coraje para ejecutarlas y con generosidad para ceder liderazgos. Es eso, o Antauro nos gana, o alguien peor que él.
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