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[OPINIÓN] César Luna Victoria: “Si la reina de España muriera”
“No queda otra que subsidios para la pobreza extrema y empezar a neutralizar los factores que reproducen desigualdades”.
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Atahualpa desembarca en Lisboa en el 1532, con 200 soldados, caballería y artillería. Va a entrevistarse con Carlos V, el emperador. Lo captura con estratagemas, pero fallece poco después al intentar huir. Lo sucede su hijo Felipe II, aún niño. Atahualpa será su regente. En defensa propia desactiva la Santa Inquisición y decreta tolerancia religiosa, a condición de que todos celebren al Sol en el Inti Raymi. Felipe II muere ahogado, por accidente en la versión oficial. Atahualpa se convierte en rey de España y pronto lo será también de Alemania. Sus primeras leyes: confisca tierras ociosas, incorpora nuevas tierras con andenes y las distribuye entre las comunidades según sus necesidades. Elimina impuestos a cambio de mita, trabajos comunales en las tierras del Estado y en obras públicas. Luego del desastre de las guerras religiosas, Europa prospera en paz. Es la ucronía de Laurent Binet (Civilizaciones, Seix Barral 2022). No cuento más, pero este poco da para pensar sobre esta historia que no fue. Son notorias las habilidades políticas de Atahualpa, pero ahí no reside su autoridad. Son sus políticas las que se le dan. La libertad religiosa generó aliados entre los grupos dominados por la religión oficial: musulmanes y judíos en España, protestantes luteranos en Alemania, hasta Enrique VIII en Inglaterra se acoge a la nueva religión, no necesitará divorciarse para casarse con Ana Bolena. Agregue la reforma agraria que liquidó el sistema feudal terrateniente y dio autonomía a campesinos y artesanos. En sencillo, quebró el poder establecido, conectó con las necesidades de las mayorías y construyó un Estado a su servicio. La clave: capturó excedentes de alimentos para socorrer las hambrunas. En esa Europa que se despedía de la Edad Media y de sus pestes, esa seguridad alimentaria habría sido lo más cercano al paraíso.
Ahora mismo no estamos haciendo lo de Atahualpa: un diagnóstico de intereses. No hay que ser muy inca para eso. Lo hacen los gerentes todo el tiempo. Investigan qué necesitan sus clientes para venderlo. Lo mismo hay que hacer con los electores. Pero sabemos lo que necesitan, está a la vista: eliminar pobrezas, porque la gente se muere, todavía no de hambre, pero sí de salud, por ausencia de Estado. ¿Cómo reducir la pobreza? También se sabe: generar empleo. Pero hay un dato que juega en contra: el 80% de la población trabaja en la informalidad, con sueldos miserables. A ellos no les sirve aún el capítulo económico de la Constitución, ni serán los héroes de la epopeya de los emprendedores. Abandonados a su suerte, no esperan nada de nadie y desconfían de todos. Razón tienen porque solo con crecimiento económico reducir la pobreza tomará decenas de años. ¿Y en el entretanto? No queda otra que subsidios para la pobreza extrema y empezar a neutralizar los factores que reproducen desigualdades. Salud y educación son los prioritarios, pero se requiere mejorar la calidad de los funcionarios (médicos, enfermeras, maestros) y eso exige capacitaciones, mejores sueldos, despidos por ineficiencias, contrataciones por excelencia, negociaciones sindicales. ¿Con qué plata? Con impuestos, obvio. Mucho se podrá recaudar si se combate la evasión fiscal, pero será transitorio. Para mantener una alta recaudación, la única garantía es generar riqueza. Es verdad que algunas conductas de la abundancia son groseras y ofenden a tanta pobreza. Sin embargo, más allá de la ética o del buen gusto de la discreción, los tributos solo salen de la riqueza. Así que también será inevitable regresar a los incentivos para promover empresas, que son las únicas que generan riqueza sostenible. Como ve, algunas banderas son de izquierda y otras de derecha, pero deben consolidarse en el centro, para forjar un Estado, con autoridad para imponer medidas, aunque no gusten. La urgencia de la pobreza obliga a pactar estos puntos mínimos. Es nuestra responsabilidad. No es tiempo de soñar historias que no serán, solo tiempo para construir la historia que queremos tener.
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