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Petro cruzó el Rubicón
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El presidente de Colombia, Gustavo Petro, fue declarado ayer persona no grata para el Perú por parte de la Comisión de Relaciones Exteriores del Congreso. Un pronunciamiento que deberá ser ratificado en el Pleno y que representa un rechazo a las declaraciones impertinentes del mandatario colombiano.
Haber comparado un desplazamiento policial plenamente justificado por la ley y la Constitución peruana para custodiar las entidades públicas de posibles ataques de los manifestantes violentistas con las estrategias del nazismo, es un exabrupto que parece tener que ver más con la larga historia de los excesos y abusos de las Fuerzas Armadas en su país –de los que hasta ahora, pese a sus promesas electorales, es incapaz de llevar a la justicia– que con lo que actualmente está ocurriendo en el Perú.
Lloriquear por las heridas ajenas en lugar de mirar las propias parece ser el sino de la retórica verbal de la izquierda latinoamericana en los países en los que ha llegado al poder. Petro se preocupa por el Perú, cuando Colombia tiene un nutrido contencioso de corrupción y violaciones de los derechos humanos como producto de la lucha contra el narcotráfico y la guerrilla en su territorio.
Y si bien en su país se logró firmar la paz hace unos años, que formalmente dio término a una larga y sangrienta lucha entre el Estado y la guerrilla que llevaba décadas sin solución a la vista, para ningún analista es un secreto que durante el gobierno de Iván Duque estos acuerdos, amenazas, asesinatos y secuestros de por medio, devinieron en mero papel mojado y convirtieron ese proceso de paz –celebrado internacionalmente– en una simple declaración de intenciones.
El presidente colombiano intenta tapar con el viejo repertorio de lugares comunes de una ideología caduca lo que desconoce de la realidad peruana.
Una cosa es preocuparse por los derechos humanos de la población o de la continuidad de la democracia peruana, y una muy diferente es intentar, como hace Petro, jalar agua para su alicaído molino y así poder legitimarse con sus huestes, aunque sea verbalmente, criticando lo que sucede en otros países, sin mirarse en el espejo propio.
Qué fácil, pues, recurrir a la demagogia de siempre. Ese ‘Persona no grata’ se justifica con largueza. Que Petro se deje de hablar tonterías. Y, por favor, si pretende venir al Perú, que pida permiso.
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