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Roberto Lerner: La pantallita
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Monitoreando el Futuro es un estudio que lleva a cabo anualmente, desde 1975, la Universidad de Michigan. Toma el pulso a 50,000 chicos de secundaria. A partir de 2012, hay algunas tendencias que se han ido confirmando: adolescentes menos felices en promedio, más ansiosos, más depresivos y, sí, mucho más solitarios.
Hay una relación preocupante: la probabilidad de que sus vidas estén caracterizadas por los adjetivos del párrafo anterior es directamente proporcional al tiempo que pasan con los ojos pegados a una pantalla. No cualquiera, específicamente a la de un teléfono inteligente.
Los nacidos de 1995 en adelante, que ingresaban a la adolescencia cuando se estrenó el iPhone, ahora llamados la iGen, no recuerdan el mundo sin esos dispositivos que hacen las veces de órganos sensoriales, pero sobre todo de espacio interpersonal, ni sin las redes sociales.
Interesantemente, se trata de personas que salen menos de sus casas, que tienen mucho menos interés por manejar un vehículo y sacar brevete, que se centran menos en relaciones de pareja, que tienen menos relaciones sexuales y que tienen grados importantes de falta de sueño.
Metidos en el hogar, aunque no conectados con sus familiares; alejados de los espacios públicos, pero al tanto en tiempo real de todas las ocurrencias de la socialización ajena; absolutamente conscientes de todo lo que no están haciendo y se están perdiendo, duermen con su puente con el mundo, que es lo último que consultan antes de dormir y lo primero que agarran cuando se despiertan.
Para terminar: si anteriores generaciones querían salir y experimentar libertades como una marca de crecimiento, la que emerge, por lo menos en algunos países, ha sido criada en cautiverio… y se quiere quedar en él.
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