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Roberto Lerner: La peor patología
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¿La psicopatía? Cuando veo titulares de periódicos, trinos, entradas en redes sociales, lo que se dice y muestra en noticieros, más me asustan los monópatas que los psicópatas. No figuran en manuales de diagnóstico.
Son adictos a un asunto, incluso cuando se trata de luchar contra adicciones. Llenos de celo evangelizador, hablan y conocen de un solo tema. Integran cofradías de erizos —según la tipología de Isaiah Berlin, contrastan con los zorros, curiosos que saben algo de mucho— y sienten que toda conversación debe llevar el mensaje que convierte y transforma. Los que no entienden, no quieren ver, no muestran interés, no quieren estar en la barra brava son enemigos… o no existen.
Son cruzados de la sobriedad, pero viven un alcoholismo seco, embriagados con su apostolado, ciegos a cualquier otra cosa, activistas en un mundo que ha perdido matices y que solo admite dos categorías: borrachos y abstinentes. Como metáfora, porque lo mismo pasa con animalistas, maratonistas, veganos, no te metas con mis hijos —además de otras causas que calzan con visiones conservadoras y liberales—, que se mueven en mundos exclusivos y excluyentes, donde solo se distinguen marcas de zapatillas para correr mejor, alimentos para comer y vivir más, animales que defender, contaminaciones que combatir, habilidades diferentes que incluir.
He escuchado a amigos y familiares de los monópatas hablar con nostalgia de cuando eran menos sanos, menos conscientes de sus actuales obsesiones, quizá más insensibles a algunas de las muy reales injusticias que plagan el universo, pero más humanos, abiertos a la variedad que da sentido a la vida.
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