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Temores y recuerdos
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Alrededor de 60 profesionales, en el último de cuatro seminarios, dedicado a la vida familiar, expresan sus principales temores alrededor de los hijos que crían: que sean felices, las malas juntas, las drogas, la inseguridad y la delincuencia, que sean buenos profesionales, que sepan tomar decisiones, que no les ocurra nada malo, que tengan éxito, la rebeldía adolescente, que les faltemos. En otras palabras, entorno, futuro, suerte, capacidades.
Acto seguido, les pido que cierren los ojos, se trasladen a cuando eran niños y fijen una escena, un recuerdo que no los abandonará mientras respiren: paseando con papá, el hermano enseña a hacer y volar cometa, la primera revolcada de una ola, miedo a ser castigado por la hermana mayor al ensuciarse en el nido, las antorchas con las que se iluminaba la noche hasta que no llegó la electricidad al terreno donde se erigiría la nueva casa, las truchas que se cayeron cuando se regresaba de pescar con la familia, el reto planteado por el padre albañil cuando llenaron el techo de un piso de la universidad donde el hijo terminó estudiando, cuando no le creyeron, la muerte de una mascota, cuando le metió cabe al hermano, un curso jalado, nadar en la piscina grande.
Luego de poner las listas, una al costado de la otra, les pregunto por la relación entre ambas. Se miran, sonríen.
“Claro”, les digo, “si sus padres hubieran regido todas sus conductas por los temores que leemos, ustedes no podrían evocar las hermosas, potentes, a veces dramáticas, escenas que figuran en el papelote. Ojalá puedan ustedes poner en un contexto sus temores, para que, así, en el futuro, vuestros hijos puedan tener ese tipo de recuerdo. Es lo que permite ser padres”.
Como se dice en el reality: “¡Caso cerrado!”
Como se dice en el reality: “¡Caso cerrado!”
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