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Ubicaína
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No hay historia natural posible sin variedad, sin diversidad. Una creación definitiva, igual a sí misma e inmutable no tiene sentido. Hubiera sido sencilla, sin duda y, también, aburrida. Además de pura y buena. Cosa que no es, aunque tampoco mala e impura. La naturaleza es abierta y todo lo que hay, en algún momento, fue producto de lo inesperado, extraño, monstruoso, una alteración casual, un desvío, una perversión.
Por esa razón se pasó de una célula a varias células, varias especies, a nosotros. Lo que es típico, predecible, funcional en un momento, se aleja de la norma y, de acuerdo con las ventajas que le da su anormalidad, se constituye en un nuevo promedio, o se precipita en el basurero de la historia.
Gracias a las anormalidades ustedes y yo no somos bacterias. Y no lo somos porque descendemos de mutantes y, como por ahí dijo alguien, aunque no todos los monstruos son un paso adelante, todo lo que terminó siéndolo fue inicialmente monstruoso.
La naturaleza es increíble, portentosa, grande, pero si la tomamos en un punto determinado de su devenir, no podemos obsesionarnos con mantenerla tal cual es, ni antes de nuestra perturbadora presencia ni a partir del momento en que comenzamos a alterarla. Entre las razones por las que vale la pena protegerla no está porque es inherentemente buena. Al fin y al cabo podríamos considerar algunos virus como especies en peligro de extinción, pero dudo que alguien forme parte de un movimiento para salvar a la viruela.
Algunas de las cosas naturales, como la atracción por el sabor de la comida chatarra, nos hacen daño, algunos sentimientos como la crueldad o el egoísmo hacen daño a otros. Lo natural es la descripción de un equilibrio temporal, no un valor en sí mismo.
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