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Esther Vargas: Mi amigo olvidado de Cantagallo
“A pesar de ciertas muestras de inclusión, la realidad es clara: la gente de Cantagallo ha sido durante muchos años ignorada, invisible y, en el peor de los casos, marginada”.
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Tenía que ocurrir un incendio de tremenda magnitud para que los políticos, los medios, los periodistas y también los columnistas –me incluyo, por supuesto– nos acordemos de la comunidad shipiba de Cantagallo, a pesar de estar tan cerca de nosotros, enclavada en esta ciudad, tan cerca del centro.A pesar de ciertas muestras de inclusión, la realidad es clara: la gente de Cantagallo ha sido durante muchos años ignorada, invisible y, en el peor de los casos, marginada.
Debemos reconocer que la gestión de Susana Villarán puso los ojos en esta comunidad, pero el actual alcalde –que ahora habla de ilusiones– no le prestó la debida importancia al haber frustrado el proyecto de Río Verde, el cual prometía cambiar la vida de estas familias. Esto no ocurrió y hoy tenemos cerca de 3,000 damnificados, y una herida abierta que nos habla de indiferencia, exclusión, discriminación.
En este país siguen siendo ciudadanos de segunda clase, así nos cuenten una bonita historia, así de cuando en cuando se les presente en foros o mesas redondas. Siguen siendo las mujeres y hombres pintorescos que están en la ciudad, que venden artesanías hermosas, que bailan y cantan, que cocinan sus platos típicos y que hablan de sus pueblos con nostalgia. Hombres y mujeres que se las arreglan para sobrevivir en una ciudad gris que nunca los abrazó.
Cuando ayer miraba en la tele a las ministras recorrer la zona me preguntaba por qué no visitaron antes Cantagallo. O quizás sí lo hicieron y la prensa no lo cubrió. Es posible que esté en un error, ojalá. Pero en el Perú tenemos la costumbre de acordarnos de los más necesitados cuando la desgracia los aplasta, golpea, incinera. Hace solo unos días nos solidarizábamos con los bomberos, hoy lo hacemos con los de Cantagallo. Y la historia continuará. Porque parece que no aprendemos la lección. Y una, y otra vez, la realidad nos debe explotar en la cara para dedicarle una mirada a ese amigo olvidado.
Hoy, mi amigo olvidado de Cantagallo espera ayuda. Hoy, tu amigo olvidado de Cantagallo aguarda que le extiendas la mano y le ofrezcas una oportunidad real.
¿Cuánto tiempo la prensa recorrerá la zona devastada? ¿Cuántos días de cobertura le dedicaremos al tema? ¿Cuántos días más haremos transmisiones en vivo? ¿Cuántos días más tendrán voz? El impacto mediático de esta desgracia no debe ser reemplazado por otro gran problema. Es necesario que se trabaje en una verdadera inclusión, esa que el gobierno de Ollanta Humala no pudo concretar.
Quienes hemos compartido tiempo en Cantagallo, por diversas razones, sabemos bien la realidad de esta comunidad y sus esfuerzos incansables por encontrar un lugar. Hoy nos toca colaborar y, al mismo tiempo, demandar a nuestras autoridades que tomen medidas que vayan más allá de la foto. Estar pendientes es un compromiso. Regresar y buscarlos debe ser una obligación. No más indiferencia.
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