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Jóvenes a la obra
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¡Que vengan árboles nuevos a dar flores nuevas y frutas nuevas! ¡Los viejos a la tumba, los jóvenes a la obra!
Con esta emocionante exhortación, Manuel González Prada invocaba la participación política de los jóvenes en el célebre discurso en el Teatro Politeama. Ciento treinta años después, este sigue siendo un reto pendiente e impostergable; no tanto porque la juventud por sí misma sea necesariamente una virtud, sino porque, a los ojos de los jóvenes, la democracia pierde legitimidad cuando no nos vemos representados en puestos de liderazgo.
Pero tan importante como promover la participación juvenil es que los jóvenes que accedan a encargos de alta responsabilidad muestren que lo que no tienen en años sí lo tienen en preparación, calificaciones y capacidad. Esto es posible y así lo ha demostrado María Antonieta Alva, quien, antes de asumir, había escalado a punta de constancia y esfuerzo la compleja jerarquía estatal en el MEF, Midis y Minedu.
Un caso distinto es el de Martín Ruggiero, quien esta semana asumió la cartera de Trabajo y Promoción del Empleo. Que el primer párrafo de su currículum público destaque que fue de intercambio cuando estaba en la universidad deja en evidencia que no tiene mayores credenciales que mostrar. Y si bien para ser ministro no hace falta pasar una carrera entera en el servicio público, cierto conocimiento del funcionamiento del Estado debe ser requisito mínimo para liderarlo.
El gobierno ha perdido una buena ocasión para dar una oportunidad a alguno de los muchísimos jóvenes más preparados para el encargo. Lejos de promover la causa de la juventud, una designación así lleva al desencanto a quienes entregan o consideran entregar parte de su vida profesional al servicio de la colectividad.
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