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[Opinión] Patricia Teullet: Nuestra Ventana Rota
A mediados de los 80, la ciudad de Nueva York decidió reconstruir su sistema de transporte subterráneo. Contra la opinión de muchos que veían los grandes problemas “reales”, David Gunn el director contratado, insistió en que el primer paso debía ser eliminar el grafiti, y dedicó todo el esfuerzo necesario para impedir la circulación de cualquier vagón pintado así.
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A mediados de los 80, la ciudad de Nueva York decidió reconstruir su sistema de transporte subterráneo. Contra la opinión de muchos que veían los grandes problemas “reales”, David Gunn el director contratado, insistió en que el primer paso debía ser eliminar el grafiti, y dedicó todo el esfuerzo necesario para impedir la circulación de cualquier vagón pintado así.
Con esta historia, en su libro El Punto Clave, Malcolm Gradwell ilustra cómo luego, en los 90, las autoridades de Nueva York adoptaron acciones “distintas”, que lograron reducir la ola de violencia y crímenes.
Esas acciones se enmarcan en la conocida Teoría de la Ventana Rota: ¿alguna vez han visto una casa vacía con una sola ventana rota? Seguramente no: una ventana rota es señal de abandono y a esa primera ventana se sumarán otras más porque se percibe que a nadie le importa; nadie está a cargo.
Lo mismo ocurre con las ciudades: un entorno de suciedad, grafiti, y hasta mendicidad, constituyen invitaciones a la violencia. Porque a nadie le importa.
No son solo las personas sino el entorno que acoge o motiva ciertos comportamientos y hacen que conductas inapropiadas, como arrojar basura en la calle, o delictivas, como el robo de un celular, se vuelvan cotidianas y ordinarias.
Nuestras ciudades, empezando por Lima, están llenas de “ventanas rotas” literal y simbólicamente: suciedad, vías deterioradas y ausencia de autoridad crean un entorno que acoge conductas que violan el orden público.
Desafortunadamente, ello no se restringe al ámbito de las ciudades: la sensación de que “nadie está a cargo” se extiende a todos los niveles de gobierno y a todo el país.
Ya era común la abominable expresión “roba, pero hace obra”; luego (¿gracias a Oderecht?), confirmamos que, más bien, “se hace obra para robar” y hoy se replica esa conducta con pequeñas obras y también con cargos y ascensos.
En el Perú, el entorno es propicio al comportamiento delictivo, a tal punto que una nueva acusación al entorno gubernamental (incluyendo autoridades nacionales, locales y Congreso) es una raya más al tigre y que, más bien, será sorprendente que pase una semana sin que haya una nueva acusación que involucre a alguna autoridad.
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