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[Opinión] Patricia Teullet: “Prohibido votar basura”
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Volvió la presencialidad a las escuelas y ya se identifican las consecuencias de los años de confinamiento. En el plano más obvio se ve la ausencia de aprendizaje; la enseñanza remota no ha funcionado: ni profesores ni sistemas preparados o, peor aún, la ausencia de conectividad. Aunque todos los niños o jóvenes hayan “aprobado” formalmente, hay una brecha que se tendrá que cubrir.
Pero, en opinión de muchos directores y maestros, ese no es el problema mayor, sino los problemas emocionales e incremento de la violencia que ya se están viendo en los alumnos. Niños y jóvenes que no solo no han tenido oportunidad de socializar y aprender a resolver conflictos de manera racional, sino que han estado encerrados en espacios reducidos, con familias fragmentadas o disfuncionales en las que la violencia, que ya era seria, se ha visto incrementada, afectando especialmente a los más vulnerables.
Desde inicios de los 90, por razones de trabajo, he visitado centros educativos para identificar necesidades e idear soluciones. Al principio, los problemas más mencionados estaban relacionados con la falta de recursos materiales en escuelas y familias, que derivaban en malnutrición y dificultades de aprendizaje. Sin poder decir que estos problemas se resolvieron, el crecimiento económico ayudó y también trasladó recursos a las escuelas. Luego, la pandemia fue un freno y también un retroceso, tal vez inevitable.
La pregunta es qué va a ocurrir ahora: muchos niños han quedado sin matricularse por falta de espacio en las escuelas en zonas en las que ha habido mayor migración. Pero, además de la necesaria reparación de infraestructura, lo que más piden los maestros ahora es acompañamiento psicológico. Y lo piden con un sentido de urgencia que jamás había percibido, desde atenciones en la escuela hasta la creación de Centros de Emergencia para la Mujer.
Ya podemos decir que salimos de la crisis del COVID, pero las alertas están por doquier respecto a la emergencia alimentaria cuyos efectos empiezan a verse, especialmente entre los más necesitados, que requieren acudir a las ollas comunes como mecanismo casi único para alimentar a sus familias. Ya se sufre allí el impacto de la falta de empleo, inflación y corrupción.
La corrupción, a cualquier nivel, la paga alguien y, al igual que la inflación, la cuenta más alta le cae a quien menos tiene y más apoyo del Gobierno necesita. Hace dos días, junto a una posta médica sucia y precaria que tenía una banca atravesada para impedir el ingreso (durante el horario de atención) había un cartel de esos que estamos acostumbrados a ver justamente donde la basura se acumula. Decía: “Prohibido Votar Basura”. Esta vez, no me atreví a considerar siquiera que había una falta de ortografía.
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