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Regiones y sin razones
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Que hasta ocho presidentes regionales hayan gastado menos de la mitad del presupuesto asignado por el gobierno central a sus administraciones para inversiones es una triste señal de la incompetencia que parece ser el ominoso lastre de un proceso de descentralización que comenzó a andar en serio poco después de que el Perú retornara a la democracia, hace 17 años.
No hay otra manera de entender que, luego del traslado de recursos del Estado para obras y servicios para la calidad de vida de lo que en la primera mitad del siglo pasado se conocía como “la provincia”, ciertas regiones hayan llegado a darle uso apenas a la mitad del dinero depositado para el ejercicio del año que en pocos días llega a su fin. Las razones pueden ser complejas y diversas, sin duda, aunque algunas suenen casi a coartadas, pero, ante las flagrantes carencias de las que los limeños nos enteramos a través de las tragedias que, en puntos cercanos o distantes de la capital, se desencadenan un día sí y otro también, todas resultan pueriles, imperdonables.
El descontento provinciano, del que mucho se habla y poco parece hacerse para revertir, se expresa fluidamente en el día a día de un paisaje informativo poblado de crímenes de wachiturros e injertos, friajes y huaicos, levantamientos antimineros, feminicidios, corrupción de funcionarios (faltaba más), desbordes fluviales, accidentes de carretera, informalidad que atenta contra la vida, narcotráfico, minería ilegal… la lista es larga; no obstante, la pregunta es la misma: ¿cómo es posible que todo ese dinero transferido se quede sin usar? ¿Pueden darse semejante lujo estos gobiernos regionales?
Que Piura, La Libertad y Tumbes no lograran invertir o gastar ni la tercera parte de su presupuesto podríamos explicarlo con los avatares del desastre natural que se ensañó particularmente en tales zonas, pero que Cajamarca, Ayacucho, Amazonas o Arequipa dejen en la gaveta más de la mitad de los montos transferidos para mejorar las condiciones de vida de sus crispados ciudadanos es, de buenas a primeras, vergonzoso. Pero un análisis más detenido de esta desatención a los problemas urgentes de la zona podría llevar a pensar no solo en incompetencia, sino también que, ante cualquier posibilidad de mejora o desarrollo, sus autoridades simplemente prefieren que las cosas se queden como están.
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